martes, 11 de septiembre de 2012

El Pinochetazo, o como el pacifismo facilita la represión

Hace apenas unos días, el 9 de septiembre, Andrés Manuel López Obrador declaró en el Zócalo: “Puedo argumentar, ese es mi punto de vista y respeto otras opiniones, que siempre debe intentarse la transformación por la vía pacífica y electoral. Respeto otros puntos de vista, pero no considero a la violencia como alternativa. Pienso que la violencia produce más sufrimiento y se terminan imponiendo con mayor facilidad quienes no tienen la razón, pero cuentan con el aparato de fuerza para reprimir. La violencia, que se oiga bien y que se oiga lejos, en vez de destruir al régimen autoritario lo perpetúa”.
No se apagaban aún los aplausos ante esta profesión de fe pacifista a ultranza, cuando contradictoriamente López Obrador hizo en ese mismo momento la apología de la violencia en la Historia de las luchas del pueblo mexicano: “Los procesos de cambios estructurales suelen ser lentos y complicados, pero son indispensables y gloriosos. Basta con recordar la historia: Hidalgo proclamó la abolición de la esclavitud y ese anhelo de justicia se hizo realidad un siglo después. Las reformas liberales se consumaron luego de 30 años de cruentas luchas internas y de invasiones extranjeras. En 1910, Francisco I. Madero convocó al pueblo a la Revolución para derrocar a la dictadura porfirista con el lema del Sufragio Efectivo y, aún cuando se avanzó en la atención de demandas sociales, todavía no hay democracia en México.”
No se pueden  invocar los hechos históricos a capricho. O los procesos de cambio son indispensables y gloriosos, o son inútiles por sangrientos y porque perpetúan la injusticia. AMLO no contestó a esa disyuntiva cuando ya estaba otra vez  poniendo a su servicio personajes y frases fuera del contexto. Así, “Cuando nos falte idealismo, recordemos a ese extraordinario luchador social, Ricardo Flores Magón, que decía: “Cuando muera, mis amigos quizá escribirán en mi tumba: ‘aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideales“.
Sin embargo, omitió mencionar lo que Flores Magón pensaba de los promotores de las luchas electorales: “Mexicanos: se os engaña cuando se os dice que con el derecho de votar váis a ser libres. Comprended de una vez que hay dos clases sociales que no tienen nada de común: la de los ricos y la de los pobres. Entre estas dos clases debe existir necesariamente un estado de guerra hasta que los pobres tomen posesión de la tierra y de la maquinaria de producción, cosa que no se logrará por medios pacíficos, sino por medio de la violencia”.
El gran error, o peor aún, la tergiversación de AMLO, es hacer suponer que fuera de la lucha electoral, quienes desean un cambio social son seres inhumanos, sedientos de sangre y de violencia. Que por lo tanto, el único camino justo es la lucha electoral, la vía pacífica para lograr los cambios estructurales.
La violencia no es una opción, es una imposición de las clases dominantes sobre las masas oprimidas y explotadas. Los pueblos preferirían que sus opresores cedieran evangélicamente sus inmensos bienes y posesiones, pero eso no ocurre sino en las fábulas. Las clases dominantes recurren al engaño, a las limosnas, a la manipulación ideológica y política por todos los medios de difusión, las prédicas religiosas, las promesas de las campañas, etc., para mantener “pacíficamente” controlado el descontento popular, pero cuando todo esto no es suficiente, no se tientan el alma para utilizar su último recurso: la fuerza militar.
De eso se trató el 11 de septiembre de 1973, cuando el también pacifista Salvador Allende fue derribado por el golpe militar promovido por la oligarquía chilena en combinación con el imperialismo yanqui. Por más concesiones que hizo Allende a los oligarcas, permitiendo la represión de los trabajadores, de los pobladores, de los campesinos despojados de sus tierras y de los sectores leales del ejército, devolviendo las empresas ocupadas, permitiendo la aplicación de la “Ley de Control de Armas” hacia el movimiento popular revolucionario e impidiendo la formación de milicias populares mientras incorporaba militares a su gabinete, nada de esto le valió para impedir el golpe de Estado y la feroz represión que se abatió sobre el pueblo inerme, desarmado material e ideológicamente por el propio Allende.
No, el socialismo científico no se opone a la lucha electoral, por el contrario, propone su utilización para difundir el programa más avanzado e incluso para demostrar cómo se lucha verdaderamente dentro del parlamento para exhibir las contradicciones del sistema capitalista sin aceptar sus dietas ni prebendas. A lo que se opone es al cretinismo electoral, a predicar entre las masas la confianza en que a través de las elecciones, podrá algún día librarse del yugo de la explotación capitalista.
El socialismo científico exige dominar todas las formas de lucha: legal e ilegal, electoral y por acción directa, según las circunstancias, previendo siempre hasta dónde será capaz de llegar la burguesía para preparar, en consecuencia, a las masas.
Hace 120 años Federico Engels advirtió al Partido Obrero Alemán: “El constante incremento de los éxitos electorales de los socialistas constituye un peligro tan grande para las clases dominantes que un día romperán la legalidad burguesa creada por ellos mismos y procederán a acciones represivas y provocaciones sangrientas. Está por demás decir que no por ello nuestros camaradas renunciarán a su derecho a la revolución. Por el contrario: el agotamiento de todas las posibilidades de lucha legal, el fortalecimiento alcanzado para la lucha clandestina que probablemente se hará necesaria pronto, son los mejores métodos para preparar el día ‘decisivo’”.
Fracasos dolorosos como el derrocamiento de Salvador Allende deben ser asimilados como una experiencia que evite repetir tan costosos errores. Las palabras y acciones de AMLO demuestran que el cretinismo electoral todavía puede volver a arrastrar a importantes sectores del pueblo mexicano a costosas y repetidas derrotas.

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