domingo, 25 de septiembre de 2011

Luto por los muchachos muertos. José Alvarado


José Alvarado, destacada personalidad democrática del siglo pasado, originario de Lampazos N.L., era ya un conocido periodista y escritor, catedrático en la UNAM, cuando fue designado Rector de la Universidad de Nuevo León hace 50 años, en 1961, por el entonces Gobernador del Estado, Eduardo Livas Villarreal.
Alvarado solo se sostuvo en la Rectoría poco más de un año. Le tocó sufrir una de las más feroces campañas de desprestigio desatadas por la burguesía regiomontana, hinchada de soberbia por su exitosa campaña de histeria anticomunista que en febrero de 1962 había llevado a las madres de familia a rescatar a sus niños de las escuelas "porque el gobierno los quería mandar a Cuba", mientras decenas de miles de obreros de los sindicatos blancos obtenían un día libre para exigir frente al Palacio de Gobierno suspender la entrega de los libros de texto gratuito en las escuelas públicas por "socializantes".
En ese ambiente ocurrieron la atroz campaña contra Alvarado y su renuncia a la Rectoría de la UNL, una página de vergüenza en la historia de esta ciudad y de la Universidad pública que no han reivindicado la memoria del denigrado ex-Rector, ni siquiera en estos días en que se conmemora el centenario de su nacimiento, cuando incluso el periódico que fue principal instrumento de aquella campaña, "El Norte", reconoce la calidad literaria del escritor a través de uno de sus reporteros quien, seguramente sin saber que tira piedras contra sus patrones, afirma "alarmó a un sector de la ciudadanía que lo vio como una amenaza ideológica"(!).
A José Alvarado se debe uno de los más bellos pensamientos expresados en aquellos aciagos días que siguieron a la masacre cometida por el PRI-Gobierno en Tlatelolco. Breve homenaje, concentrado de dolor y de coraje, de indignación y esperanza por la juventud destrozada, cuando aún retumbaban el eco de las botas militares, el ruido de la metralla asesina y la ovación de diputados y senadores al genocida Gustavo Díaz Ordaz. Este es el texto que Don José Alvarado tuvo el valor de dedicar a los caídos el 2 de Octubre, cuando toda disidencia era perseguida y aplastada:

Luto por los muchachos muertos
Había belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la verdad. Soñaron una hermosa república libre de la miseria y el engaño. Pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes en los niños, la frustración en los adolescentes y el desencanto de los viejos. Acaso en alguno de ellos había la semilla de un sabio, de un maestro, de un artista, de un ingeniero, un médico. Ahora sólo son fisiologías ininterrumpidas dentro de pieles ultrajadas. Su caída nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana.

No son, ciertamente, páginas de gloria las escrita esa noche, pero no podrán ser olvidadas nunca por quienes, jóvenes hoy, harán mañana la crónica de estos días nefastos. Entonces, tal vez, será realidad el sueño de los muchachos muertos, de esa bella muchacha, estudiante de primer año de medicina y edecán de la Olimpiada, caída ante las balas, con los ojos inmóviles y el silencio en sus labios que hablaban cuatro idiomas. Algún día una lampara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de todos ellos. Otros jóvenes la conservarán encendida.
Jose Alvarado. “Luto por los muchachos muertos”. Revista Siempre!, N 779, 16 de octubre de 1968

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